domingo, 11 de diciembre de 2016

El último de la fila, cuando el pasado sigue vivo



A mí El último de la fila dejó de gustarme cerca de 1990. He llegado tarde a todo: a los Pogues, a los Smiths, a New Order, a Pulp, a Cohen y a Bowie. Aunque los he querido con locura, siempre he tenido la sensación que llegué un álbum demasiado tarde (a veces, inútilmente, porque sólo era cuestión de unos meses) pero siempre he creído que yo nunca era la primera. Excepto con El último de la fila. Los descubrí hacia 1985, porque fueron a tocar -casualidades- a un programa de la Trinca al que yo asistí como público. Amé sus letras de inmediato, sin darme cuenta en ningún momento que luego -cuando ya no me gustaran, cuando me parecieran facilongos y previsibles- serían el gran grupo de los noventa del pop español. Porque no pueso soslayar el gran impacto que tuvieron en mi vida. Además de ser el primer grupo que vi jamás en directo -1988, en la Monumental, tutelada por mi hermano- sus letras marcaron mi adolescencia. Creo que mi condición de outsider en el colegio enseguida conecto con una música árabe que ya entonces me chiflaba -quince años después tomaría lecciones de danza del vientre- y unas letras que, aunque entonces no lo sabía- iban a prefigurar mi vida adulta. "Insurrección" es quizás la canción que más veces habré escuchado en la vida.Yo no sabía nada, absolutamente nada, de nada cuando escuché por primera vez lo de "barras de bar, vertederos de amor", pero por alguna carambola eso estaba ya ahí. Como la espada y brujería de "Zorro veloz" o algún tema de Los Burros, "Rosa de los vientos". Estaban las noches inacabables de "Son cuatro días". La ambivalencia de "Los ángeles no tienen hélices" y la conciencia social de "La probreza entra por la puerta y el amor salta por la ventana". Las noches que no quieres que se acaben (y mejor que se acaben) de "Son cuatro días". Y también, por qué no decirlo, la deriva que iban a tomar en temas que no me gustaban nada, porque me parecían vacios y fáciles, como "Querida Milagros" y los que luego vienieron. Intenté quererlos, casi nunca supe.
Toda mi adolescencia está ahí. En cada vez que bajaba el cassette para que no se oyera lo de "sólo quiero sexo". En cada vez que me sentía distinta a cada compañero de clase que los llamaba flamenquillos. En cada persona que los descubrió después y a la que no sabía explicarle porque eso ya no era lo mismo. El último de la fila retrató mi vida antes de que mereciera llamarse vida. En las penas -explícitas-y las alegrías -implícitas- eran la sensación de que había algo más, de que podía haber ideas complejas, tristes pero satisfactorias, intelectuales pero totalmente sentimentales, sobre lo que ser una persona suelta en el mundo. Que uno sólo es, como ellos decían, un accidente.

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