sábado, 5 de agosto de 2017

La broma infinita (un texto sobre la risa)


Una cosa que me ocurre después cenas en las que bebo un poco pero no llego al punto piripi es que al volver a casa me da por escribir. Hoy me ha dado por ahí, después de una cena de señoras con dos amigas a las que conocí siendo aún no-señoras. Luego cuento más sobre la amistad femenina.

La semana pasada fui a otra cena. Una de ésas en la que vas más allá del punto de escribir. Una de las de compañeros de trabajo en la que acabas en la discoteca-mercado-de-carne más abyecta de la ciudad. Una en la que, en un momento dado, decidí salir a tomar el aire del mercado-de-carne, y de camino a la puerta, alguien me tocó el culo.

Alguien era un tío, claro. Bajito, con gafas. No sé quién era yo, pero fui alguien que, por alguna razón, decidió que esa noche era distinta. Que no haría como todas las demás noches. Y que por alguna razón se revolvió contra el espontáneo pellizcador y le asestó una colleja.
La cosa no llegó a más. El soltó el clásico "tía, cómo te pones, no es para tanto". Yo -por no caerme de los tacones, que ya me oprimían, y porque he leído mucho sobre respuestas proporcionales en política internacional- tampoco fui a más. Salí a la puerta, le conté a los porteros lo que me había pasado -magnífica reacción: esperaba perturbación por el problema potencial y encontré indignación por algo que no debía pasar- y volví con mi grupo de amigos. Fin del problema.

O no. Algo me reconcomía. Al día siguiente aún pensaba en ello. Esta situación no es nueva para mí, pero lo cierto es que hace años que no la vivía. Tengo 44 años, mido 1,79. ¿Cómo puede alguien en su sano juicio tocarme el culo sin temer una reacción? ¿En el 2017? ¿A mis años? ¿Como cuando era joven? ¿Debía, en el fondo, sentirme halagada? ¿Lo había provocado de algún modo? ¿Quizás era culpa mía por salir? ¿No ha cambiado nada desde los noventa?

Spoiler: El tipo lo hizo porque podía. Porque la vida es así. Porque pasaba yo por allí, se le ocurrió, y me tocó la rifa. Porque aunque seas una cuasi anciana, si te tocan el culo da gracias y cállate.

Días después lo conté en un grupo de amigas por whatsapp. Mis amigas Ma y Da se reiteraron en que en otoño debíamos apuntarnos a Krav Magá, el arte marcial del Mossad que, junto a mis clases de burlesque, me van a convertir en la perfecta mata-hari.
La cuarta en discordia, Mi, quién ha pasado -como las otras tres- situaciones análogas, no reaccionó igual. Por situaciones análogas cualquier tía de nuestra edad sabrá a qué me refiero, y ella, que es espectacular, tanto o más que yo. Conoce al pesado que fue demasiado lejos. Al pesado al que dejaste ir demasiado lejos para que dejara de ser pesado.
Y Mi lo hizo. Hizo lo que todos los tribunales penales del feminismo -en teoría- penarían, pero que era en cambio la muestra de solidaridad definitiva. Una broma. Una broma sobre el acoso sexual.
- "¿Pero por qué no cerraste las piernas?"
En ese momento, quise a Mi más que a nadie en el mundo.
"La risa mata el miedo, y sin el miedo no hay lugar para Dios", decían en "El nombre de la rosa".
Mi sabe que "tía, cómo te pones" es algo que te puede decir un extraño sin ni siquiera saber tu nombre.
Mi sabe que "tía, eres un cardo, cállate" es otra.
Mi sabe que alguien te viene y te dice "te he hablado ocho veces, ¿por qué no me hablas?" y cree que deberías darle conversación.
Mi tiene la mirada de las mil yardas. La del "vencerán, pero no convencerán".
Mi sabe que todo esto es una anécdota, pero que todo esto es también categoría. Y que pase lo que pase, nos tenemos las unas a las otras.
Mi hizo LA broma
Y en esa risa, en esa broma infinita, cayeron los dioses y yo, todas, vencimos un poco.

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