Soy consciente de que la mayoría de lo que publico en este blog tiene relación con el paro (vale, con mi paro), pero cada día sigo viendo noticias poco esperanzadoras en los medios, y creo que sería bueno, ahora que el gobierno presenta su flamante nuevo plan, que se nos escuchara algo a los sufridores en casa. Tengo la sensación, después de quince años de vida laboral, de que no sólo la construcción se ha cimentado en bases poco sólidas.
En primer lugar hablaré de la industria cultural y de los medios de comunicación, que es lo que conozco. Muchos de mis compañeros de oficio son autónomos. Y como tales, se les paga mal y tarde. Esto, que hace diez años era algo puntual y que le creaba cierta mala fama al medio en cuestión, se fue convirtiendo en la norma. Se asumió que lo más fácil era externalizar contenidos (o delegarlos en becarios, esas no-personas para la Seguridad Social) y que si venían las vacas flacas, fueran los periodista los que adelantaran las inversiones necesarias para producir sus reportajes. Lo que ocurrió es que estos freelance -los cuales, por cierto, tenían más que asumida la necesidad de formarse continuamente que ahora descubre el gobierno- muy a menudo demostraron ser mucho más talentosos de lo que se esperaba o requería. Y según el nivel de los contenidos de televisiones, radios y periódicos fue cayendo, las audiencias fueron subiendo. Ya no se necesitaba pagar el talento o el trabajo, porque ya no hacía falta. Ahora, que las inversiones en publicidad bajan es tarde para remediarlo, porque las audiencias se han acostumbrado a ver en prime time Sálvame y no Redes (o buscan en internet la información seria). Por tanto, hay toda una generación demasiado formada, y toda una industria cultural a la que no le ha interesado nada la cultura. Y esto me lleva a preguntar ¿formación, para qué o para quién?. ¿Para tener parados aún más cualificados? La vez anterior que estuve sin trabajo -hace diez años, por voluntad propia, y fueron dos meses- mandé currículums a supermercados y siempre me respondían que estaba demasiado cualificada. Y ni siquiera había acabado la carrera. Sospecho que el universo subcontrata, que ahora ahoga a todo el país a base de impagados, viene de la necesidad de ahorrar en sueldos lo que no se puede lograr en ventas. Y, quizás, también de que se ha acabado el chorro de crédito barato con el que muchas empresas han jugado al trile durante la última década.
Esto me lleva al segundo punto. Aunque hablo de primera mano, conozco personas de otros sectores muy ajenos al mío que han vivido lo mismo. Muchísimas empresas de este país se han sustentado en la precariedad. Y no hablo sólo de los contratos basura. Hablo de firmas que nunca podrían funcionar si la gente trabajara sólo sus ocho horas y con todos los medios necesarios. Quiebras que llegarían si las facturas se pagaran puntualmente y el trabajo se hiciera con toda la calidad necesaria. Desde dependientes y camareros que no reciben la más mínima compensación por jornadas de seis días, a oficinas que abortan cualquier conato de conciliación con la vida familiar, por no mencionar ya las subcontratas asesinas del ladrillo. Curiosamente, contra lo que pudiera pensarse, yo lo he vivido sobre todo en PYMES. En estas empresas, a menudo surgidas del entusiasmo de un emprendedor, no saben crecer. Cuando éste ha comenzado a poder delegar frecuentemente se relaja en sus deberes como gestor, acompañada de la presión sobre unos trabajadores muy vigilados pero poco dirigidos. No digo que las empresas grandes no tengan sus maldades: en ellas, eres sólo un número. Pero si las cuentas no salen, en general cortan por lo sano o pueden reorganizar la plantilla. Una empresa con alta rotación, o en la que abundan los contratos temporales, generalmente esconde otras taras bastante más profundas. Cada cual es libre de jintentar ganar dinero montando su negocio, pero debería haber más salvaguardas que garantizaran que la única vía hacia la rentabilidad no fuera convertir una compañía en una esclavitud. Se habla mucho de flexibilizar el despido. Estaría de acuerdo, si los sueldos que se pagaran fueran justos. Pero es que si así se hiciera, se vería que el rey de la economía española está desnudo, y que la plena ocupación no conviene, porque encarece la mano de obra. Si te puedes dar el lujo de rechazar un trabajo porque te pagan poco o te explotan, te tienen que pagar más.
Tercer punto: Los jóvenes y las jubilaciones. Querido lector, ¿cuántos trabajadores de 60 años en activo conoces? Si se alarga la edad de la jubilación, lo que se hará es aumentar la bolsa del paro más adelante. Pan para hoy y hambre para mañana. Me gustaría saber cómo se calculan las estadísticas que dicen los jóvenes son el sector más maltratado por el desempleo. Quizás eso sea cierto hasta los 24 o 25, pero a mí no me cuadra con lo que veo cada día. La realidad es que a mayor edad, mayor experiencia y mayor sueldo. Mirad la sección de empleo de los periódicos: Nunca aparecen anuncios para puestos senior de nada, salvo que se trate de trabajos hiperespecializados. En puestos de cara al público, a los 35 estás muerto. Si te quedas en paro a los 50, olvídate. Claro que hay que invertir en los jóvenes, pero la verdadera inversión que necesita este país es en una economía sostenible en la que los empresarios se esfuercen en investigación y diseño, y creen proyectos de futuro con calidad y valor añadido, en los que los trabajadores den lo mejor de sí mismos porque sean los primeros que tengan fe. Si no, no hay plan que valga.